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Telefonos inteligentes demuestran las deficiencias ortograficas del dominicano

Toda persona necesita el idioma para comunicarse. Entonces, ¿por qué no aprender a usarlo de forma apropiada?

Problema. Las deficiencias ortográficas pueden generar inseguridad en el profesional que adolezca de ellas.

Las redes sociales y las aplicaciones de mensajería para celulares han venido a confirmar aquello que muchos sabían y que otros tantos sospechaban: los dominicanos tienen graves deficiencias ortográficas.

“Eso no es nada”, dirán aquellos para quienes las charlas informales no tienen que ceñirse a las estrictas reglas gramaticales del castellano. Pero más allá del contexto digital, en el que se maneja como nunca la lengua escrita, hay escenarios en los que la corrección ortográfica tiene gran importancia.
Una receta médica con faltas ortográficas podría comprometer negativamente la salud de un paciente. El aspirante a un puesto de trabajo podría ser descalificado a causa de un currículum que contenga errores de escritura. Un pretendiente podría ser despreciado por el objeto de su afecto a causa de sus horrores ortográficos.
“La ortografía es necesaria para la vida”, dice José Daniel Martínez, coordinador de Lengua Española del recinto Félix Evaristo Mejía del Instituto Superior de Formación Docente Salomé Ureña (Isfodosu), institución a la que ingresó como maestro en 1999.
Toda persona necesita el idioma para comunicarse y las deficiencias ortográficas pueden llegar a generar inseguridad. Entonces, ¿por qué no aprender a expresarse bien por escrito?
Aprender a escribir bien
Todos los profesionales, sin importar su ámbito, manejan el idioma. Emplearlo con propiedad es importante para todos y no solo para aquellos que, como los maestros, periodistas o escritores, usan la lengua como materia prima de su trabajo.
“La ortografía es una herramienta necesaria en todos los ámbitos de la vida y para todas las personas sin importar la profesión”, afirma José Daniel Martínez, autor del manual “Taller de ortografía, gramática y redacción para la vida diaria”.
“Las reglas del idioma no son un adorno óañadeó. Algunas personas piensan que son un fastidio. No son ni un adorno ni un fastidio: las reglas del idioma están para usarlas”.
Pero para muchos, al parecer, el problema radica en que el castellano tiene demasiadas normas.
En sus más de 30 años de ejercicio magisterial, Martínez ha visto las dificultades que estudiantes de todos los niveles enfrentan al momento de redactar un texto.
“Cometen muchas faltas, no solo ortográficas, sino también de sintaxis”, comenta.
¿Errores comunes? Ausencia de tildes, uso de ‘v’ en lugar de ‘b’ o viceversa y confusión al emplear la ‘h’, entre otros.
Etapa crucial
Existe, según Martínez, un período escolar fundamental para aprender las reglas de escritura: el nivel básico.
“En los primeros años de la escolaridad es necesario trabajar las reglas ortográficas implícita y explícitamente”, señala el educador, que posee una maestría en Lingüística Aplicada.
La buena ortografía es el producto de abundante lectura, de la consulta constante del diccionario y de la práctica. Solo así, a través del uso del idioma, el estudiante fija las reglas gramaticales.
Martínez advierte, no obstante, que un conjunto de reglas aisladas y abstractas no tendrá para el estudiante sentido alguno, a menos que se vincule de algún modo con su realidad.
Enseñar la ortografía apelando únicamente al método del dictado y la corrección de palabras sueltas “es una práctica vieja” y “criticable”, expresa.
“Las palabras hay que verlas en un contexto y en relación con otras palabras”, señala Martínez. “Si las ves así, vas a lograr aprender ortografía y ver la parte útil”.
En su libro “Ortografía inferencial y operativa”, el catedrático Bartolo García Molina plantea que el problema ortográfico se resuelve desarrollando el sentido de la observación y la práctica de la escritura, en lugar de simplemente aprendiendo reglas.
Propone inferir las reglas a partir de la observación de palabras.
Adultos
Pasada la etapa escolar, ¿hay oportunidad de mejorar la ortografía? “Claro”, responde Martínez, para luego agregar: “Aristóteles decía que el ser humano aprende durante todo su ciclo de vida hasta que muere”.
Así que, descartando dificultades del aprendizaje que requieran un manejo especial, hay esperanza para un adulto que desee mejorar su escritura; no obstante, el proceso demandará de este un alto nivel de responsabilidad, esfuerzo y dedicación.
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CONSEJOS PARA ENSEÑAR ORTOGRAFÍA

En su artículo “Algunos enfoques en la enseñanza de la ortografía”, el bibliólogo, ortotipógrafo y lexicógrafo español José Martínez de Sousa (http://www.martinezdesousa.net) recomienda a los maestros de gramática: 
1. Distribuir los contenidos de la materia de lo más simple a lo más complejo.
2. Volver momentáneamente sobre aspectos ya estudiados.
3. Usar dictados para comprobar los adelantos de los alumnos.
4. Valerse primordialmente de sesiones de lectura.
5. Aprovechar cualquier circunstancia para establecer enlace con aspectos ortográficos.
6. Incluir en la tarea lecturas con el encargo de subrayar los aspectos ortográficos interesantes del texto.
USO DE SIGNOS
Para mostrar la importancia de los signos de puntuación, varios libros recogen la historia conocida como “El testamento de don Facundo”: Facundo Fonseca, agonizante, redactó el siguiente testamento que entregó a su amigo el notario: “Yo dejo mis bienes a mi hijo no a mi sobrino tampoco nunca se pagará la cuenta del sastre no dejo mis bienes a mi esposa no a mi cuñado. Que mis deseos sean lo que dispongas tu amigo Facundo Fonseca”.
Tras su muerte, los herederos litigaron por el testamento, y presentaron al juez diversas versiones puntuadas del texto original.
El hijo presentó una copia que decía: “Yo dejo mis bienes a mi hijo; no a mi sobrino. Tampoco nunca se pagará la cuenta del sastre. No dejo mis bienes a mi esposa; no a mi cuñado.
Que mis deseos sean lo que dispongas. Tu amigo, Facundo Fonseca”.
La del sobrino establecía: “Yo dejo mis bienes: ¿a mi hijo? No. A mi sobrino. Tampoco nunca se pagará la cuenta del sastre. No dejo mis bienes a mi esposa; no a mi cuñado. Que mis deseos sean lo que dispongas. Tu amigo, Facundo Fonseca”.
La del sastre estipulaba: “Yo dejo mis bienes: ¿a mi hijo? No. ¿A mi sobrino? Tampoco.
¡Nunca! Se pagará la cuenta del sastre. No dejo mis bienes a mi esposa; no a mi cuñado. Que mis deseos sean lo que dispongas. Tu amigo, Facundo Fonseca”.
La copia de la esposa rezaba: “Yo dejo mis bienes: ¿a mi hijo? No. ¿A mi sobrino? Tampoco. Nunca se pagará la cuenta del sastre, no. Dejo mis bienes a mi esposa; no a mi cuñado. Que mis deseos sean lo que dispongas. Tu amigo, Facundo Fonseca”.
La copia del cuñado disponía: “Yo dejo mis bienes: ¿a mi hijo? No. ¿A mi sobrino? Tampoco. Nunca se pagará la cuenta del sastre. No dejo mis bienes a mi esposa, no. A mi cuñado. Que mis deseos sean lo que dispongas. Tu amigo, Facundo Fonseca”.
El juez resolvió leer el testamento de esta manera: “Yo dejo mis bienes: ¿a mi hijo? No. ¿A mi sobrino? Tampoco. Nunca se pagará la cuenta del sastre. No dejo mis bienes a mi esposa. No a mi cuñado. Que mis deseos sean lo que dispongas tú, amigo. Facundo Fonseca”. Y dispuso que los bienes se destinasen a caridad.
Tomado de Academia.edu

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