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En 1919, Wellington R. Burt fue enterrado como un avaricioso multimillonario que no quería que su familia malgastase la fortuna que había amasado como empresario de la madera y el acero. Tenía 87 años y una riqueza cercana a los 100 millones de dólares, lo que entonces le convertía en el octavo hombre más rico del país.
Sin embargo, en 2011, el magnate estadounidense de las materias primas de principios de siglo es visto con un inesperado benefactor, de esos que únicamente aparecen en sueños, que ha colmado de dinero a sus tátara nietos. Durante 92 años ninguno de sus descendientes pudo tocar el grueso de su herencia, y todo por una disputa familiar.
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