El sonido de varios disparos dentro del Centro Penal Sampedrano presagió la tragedia.
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El
usual bullicio que traspasa el muro del presidio hasta llegar a oídos
de los vecinos del barrio Cabañas acabó de golpe para darles paso al
caos, a la tensión, a la muerte y al horror.
El reloj
marcaba las diez de la mañana cuando abogados, fiscales, miembros de una
iglesia evangélica y algunos familiares de los reclusos salieron
despavoridos del lugar.
Los custodios, mientras tanto,
hacían movimientos inútiles para reducir a la impotencia a la turba de
presos. No tuvieron éxito. Desde ese momento, los reclusos tomaron el
control del presidio.
En medio de la confusión, Félix
Antonio Cruz, uno de los presos del módulo de reos comunes, llegaba
herido de bala hasta la guardia del penal pidiendo ayuda. “¡Le cortaron
la cabeza! ¡Los están matando a todos!”, alcanzó a decir antes de ser
metido en una ambulancia que lo llevó a un centro asistencial.
A
las 11:20 de la mañana, una columna de humo comenzó a salir del área de
la cocina. A esa hora, el ulular de las patrullas policiales y de tres
ambulancias alertó a los vecinos de la zona de que en el penal ocurría
una nueva tragedia.
Veinte agentes con máscaras antigás y
60 de las Fuerzas Especiales de la Policía Nacional se apostaron en los
alrededores del centro penitenciario en espera de la orden para entrar.
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