Ofrezco una idea gratuita que hará que algún empresario gane millones
de dólares. Tómala, es tuya. Le estarás hacienda un servicio a la
humanidad. Además de todo el dinero que ganes, podrías terminar ganando
un premio Nobel de Paz, recibiendo la gratitud de todo el mundo. No es
una broma. ¿Cuál es la idea?
Volver a tener cabinas telefónicas.
Puedes estar diciendo en este momento: ¿Qué? ¿Cabinas telefónicas? ¿Quién usa eso ahora?
Nadie está hablando de teléfonos públicos. La idea es poner cabinas
telefónicas –bueno, técnicamente serían cabinas telefónicas sin
teléfonos- en espacios públicos.
Que haya cabinas telefónicas como las de antaño, con puertas que se
cierran y ventiladores en el techo. Ya sea que estén hechas con metal y
vidrio o como las de madera oscura que se podían ver en los lobbies de edificios de oficinas.
Las cabinas telefónicas fueron una maravillosa invención democrática,
que buscaba silenciar el ruido del mundo exterior inmediato para que
las personas dentro pudieran –de forma privada y en silencio- hablar con
alguien a la distancia.
¿Ya entiendes hacia dónde va esto?
Las nuevas cabinas telefónicas no tendrían teléfonos públicos
adentro. Pero serían la solución para uno de los problemas más
irritantes de la sociedad.
No puedes escapar a las conversaciones alrededor tuyo, a las personas
que caminan por la calle hablando de manera ruidosa en sus teléfonos
celulares. Los celulares, desde luego, son la razón principal por la que
los teléfonos públicos ahora son difíciles de encontrar. Con tantas
personas llevando sus propios celulares a todas partes, las compañías
telefónicas han estado decidiendo que no es bueno económicamente
mantener los teléfonos públicos.
Y aquí es donde entra a jugar la idea.
Si hubiera cabinas disponibles, ¿no crees que las personas entrarían
para hacer sus llamadas por celular? ¿Quién no optaría por algo de
privacidad y silencio si tuvieran la oportunidad?
Un empresario inteligente podría financiar el proyecto al vender
espacios de publicidad tanto fuera como dentro –especialmente dentro- de
las nuevas cabinas, que estarían ya sea en calles como en centros
comerciales y restaurantes, cualquier lugar en donde haya gente. Los
publicistas literalmente tendrían una audiencia capturada. La persona en
la cabina no tendría otra opción sino mirar a los avisos.
Las ciudades y municipalidades amarían esto, también. Podrían
negociar los derechos con un porcentaje de tarifas de publicidad para
las cabinas en las calles, quizá a cambio de que los trabajadores de la
ciudad ayuden a mantener limpias las cabinas.
Hay un precedente de negocios para esto: en algunas ciudades, firmas
privadas han puesto publicidad en las paradas de autobuses. Los que se
transportan en autobuses no objetan el hecho de ver avisos mientras
esperan, simplemente están satisfechos de resguardarse de la lluvia en
los paraderos.
La lluvia de la que las nuevas cabinas telefónicas serían resguardo
es la lluvia de palabras que ha inundado los espacios públicos. Los
publicistas tienen mucho retos ahora porque hay tantos canales de
comunicación –cientos de cadenas de televisión, millones de páginas web,
numerosas posibilidades en sus dispositivos portátiles- que puede ser
difícil determinar cuál es la mejor forma de llegarles a los
consumidores potenciales.
Las nuevas cabinas telefónicas serían minas de oro, lugares en los
que se garantiza que se entrega el mensaje publicitario a una persona
que por su voluntad se encierra allí. Son casi como las cabinas de
aislamiento en esos viejos programas de concurso cuando hacían
preguntas.
Habría retos: las cabinas telefónicas tendrían que ser absolutamente
transparentes en sus cuatro lados; de otra forma las personas podrían
darles el uso equivocado, como de baños o sitios para comer o incluso
para tener encuentros románticos.
Pero la tecnología podría suplir esta necesidad. Aunque las personas
de afuera podrían ver dentro de la cabina, la persona dentro estaría
rodeada de mensajes publicitarios electrónicos que se muestran sólo
hacia el interior de las paredes de vidrio.
El truco es fabricar la cantidad suficiente de esas nuevas cabinas.
Una vez se pongan las primeras, las personas querrían más. Es difícil
recordar los días en que las cabinas estaban por todas partes; mucho
antes de la llegada de los celulares, las cuatro paredes y el techo de
las cabinas habían sido reemplazadas con los teléfonos públicos
incrustados en las paredes sin el beneficio de absoluta privacidad.
Pero eso era en un mundo diferente, uno en donde las personas no se
pasaban la vida hablando ruidosamente en sus pequeños teléfonos. La
única desventaja que las nuevas cabinas telefónicas podrían tener es que
las personas que más las usen podrían no ser los transeúntes que
quieren ser corteses con los otros peatones cuando hagan una llamada,
sino precisamente esos peatones que buscan escapar de las ruidosas
personas que hablan por teléfono.
Clark Kent solía meterse a las cabinas telefónicas para cambiar su
atuendo al de Superman. Hoy, el mismo Superman estaría tentado a meterse
a las nuevas cabinas sólo para escapar de la molestia de los que hablan
tan fuerte afuera. Incluso el Hombre de Acero tiene su piunto débil.
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