Nada en particular en la casa
del presidente José Mujica indica quien vive realmente ahí: un hombre
con un pasado de película que ejerce el cargo con más poder de Uruguay.
Al llegar a su chacra en una zona rural de
Montevideo, puede verse desde la calle ropa de Mujica y su esposa, la
senadora Lucía Topolansky, tendida al aire una mañana de primavera
austral."No tengo religión, pero soy casi panteísta: admiro la naturaleza", dice durante una larga conversación exclusiva con BBC Mundo. "La admiro casi como quien admira la magia".
Suena un teléfono y Mujica saca del bolsillo un viejo celular plegable, atado con una banda elástica. La banda se rompe, pero el presidente le hace un nudo mientras habla. Y vuelve a colocarla alrededor de su móvil.
"No me disfrazo de presidente y sigo siendo como era", comenta.
Su imagen no encaja necesariamente con la de un jefe de Estado del siglo XXI. No usa Twitter ni correo electrónico y en su tiempo libre se dedica a cultivar flores y hortalizas.
Dona casi 90% de su sueldo para caridad y según su última declaración de bienes tiene con Topolansky un patrimonio de unos US$200 mil: la chacra, dos viejos autos Volkswagen "escarabajo" y tres tractores.
Es un estilo de vida que no ha pasado desapercibido en la prensa internacional y las redes sociales, que lo han llamado el "presidente más pobre del mundo". También ha dado la vuelta al mundo por promover un proyecto de ley que permitiría al Estado uruguayo producir y vender marihuana.
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