María Elena Salazar se niega a colocar platillos
con la comida favorita de su hijo y ofertas de flores naranja para el
Día de los Muertos, aunque lleva tres años y medio sin saber de él. Esta
antigua maestra, de 50 años, está convencida de que Hugo González
Salazar, graduado universitario en Mercadotecnia que trabajaba para una
compañía telefónica, todavía está vivo y lo obligan a trabajar para un
cartel del narco debido a sus conocimientos.
"El gobierno, las autoridades, ellos lo saben, (que las pandillas) se
lo llevaron (para usarlo) como trabajo forzado", dijo Salazar de su
hijo de 24 años, que desapareció en la ciudad norteña de Torreón en
julio de 2009.
El Día de los Muertos, cuando por tradición los mexicanos visitan la
tumba de sus familiares fallecidos y les dejan ofertas de flores,
alimentos y calaveras de azúcar, constituye un momento difícil para las
familias de miles de mexicanos que han desaparecido en medio de una ola
de violencia alimentada por el tráfico de drogas.
Con lo que los activistas califican de una mezcla de negación,
esperanza y desesperación, muchos se niegan a dedicar altares durante
las festividades del 1 y 2 de noviembre a las personas que llevan años
sin que se conozca su rastro. Sólo se limitan a aceptar la prueba de
muerte más contundente y, a veces, incluso la rechazan.
No hay cifras exactas de cuántas personas han desaparecido en años
recientes en México. La Comisión Nacional de Derechos Humanos dice que
se ha denunciado la desaparición de 24.000 personas entre 2000 y
mediados de 2012, y que casi 16.000 cadáveres siguen sin identificarse.
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