El misionero hizo esta declaración encogiendo los hombros, en señal de resignación, pero también con un gesto de satisfacción. Él veía a los nativos con un poco de asco: vivían en sus majestuosas moradas junto con sus cerdos, gallinas y perros, sin pensar mucho en el mañana. Para ellos, la riqueza estaba representada por antiguos gongs y tinajas que coleccionaban y atesoraban. Bebían vino de arroz tanto como podían y trabajan por un salario solo cuando era necesario.
Aunque más tarde fueron perseguidos y desplazados de sus tierras con la llegada del comunismo al poder, para el predicador, los nativos no eran mejores que los comunistas. A él le parecía bien que los forzaran a trabajar en las plantaciones de caucho francesas, donde muchas veces los torturaban, ya que en estas condiciones no podían escapar y regresar a sus antiguos hábitos.
Algunos de los funcionarios coloniales franceses, que junto con las empresas de caucho gobernaban Vietnam, tenían una opinión distinta y más inteligente. Uno de ellos, médico y antropólogo, consideraba que las tribus eran una de las civilizaciones más alegres y atractivas del planeta. Sin embargo, también pensaba que acabarían por desaparecer de las tierras altas en las que habían vivido por más de 2.000 años. Los hombres que fueron desterrados para trabajar en las plantaciones no siempre regresaban, y los misioneros se llevaban las valiosas vasijas y los antiguos gongs.
En nombre de la razón
Un predicador australiano en Papúa Occidental en plena acción, en 1962.
En 1959, Lewis escribió: "cuántas cosas de valor han sido protegidas por la pobreza, las malas comunicaciones, los gobiernos reaccionarios, las barreras naturales al progreso como las montañas, los desiertos y las selvas, el mal gobierno colonial, el mosquito anófeles". Es una opinión de la que más tarde se retractó, cuando la experiencia le demostró que los malos gobiernos no conservan nada. Sin embargo, lo que escribió en 1959 tiene una pizca de verdad. La esclavitud o el genocidio de los pueblos originarios casi siempre se han llevado a cabo en pos del desarrollo y la modernización.
No han sido solo los pueblos indígenas los que han sido aplastados por el avance de la humanidad. En 1918, la primera constitución de la Unión Soviética creó la categoría de "expersonas" -un grupo que incluía a los sacerdotes de todas las religiones, a cualquiera que vivía de ingresos no percibidos y sus familias. Sin un lugar en este nuevo orden, a estas reliquias humanas se les retiró su derecho a voto y sus raciones de comida. Como resultado, murieron en cantidades desconocidas, mientras que la nueva sociedad que iba a desarrollarse terminó, como era de esperar, en nada.
El poder destructivo de las creencias
Cuando al final de sus días le preguntaron a Lewis en qué creía, dijo:
"abolutamente en nada".
"abolutamente en nada".
Las creencias tienen un poder en sí mismas, que tiende a destruir tanto a aquellos que creen ciegamente en ellas como a aquellos a quienes persiguen. El siguiente grupo que fue atacado en la Unión Soviética, después de las “expersonas”, fue el de los campesinos. Murieron millones. Y más tarde, los mismos comunistas, muchos de los cuales perecieron en purgas sin perder la fe en su causa.
Campesinos ucranianos, en 1934. ¿Víctimas de los evangelistas seculares?
Religión como antídoto
"Si usted piensa que los seres humanos somos por naturaleza defectuosos, probablemente ponga su confianza en algo más allá de este mundo. Esto es la fe bien entendida, no la creencia en un credo o catecismo, sino en un poder más elevado. En este sentido, la fe puede ser un remedio contra el peligroso orgullo que tantas veces viene asociado a la creencia"
John Gray, filósofo
La religión puede, como mucho, servir como un antídoto contra esta clase de ingenuidad. Si usted piensa que los seres humanos somos por naturaleza defectuosos, probablemente ponga su confianza en algo más allá de este mundo. Esto es la fe bien entendida, no la creencia en una doctrina o catecismo, sino en un poder más elevado. En este sentido, la fe puede ser un remedio contra el peligroso orgullo que tantas veces viene asociado a una creencia.
El problema es que puede que los fieles quieran convencer a los demás. Puede que los indígenas descritos por Norman Lewis hayan sido felices compartiendo sus ritos y creencias entre ellos, pero gran parte de la historia consiste en la batalla de un grupo humano tratando de imponer su propia interpretación del sentido de la vida sobre otros. Lewis pensaba que las religiones universales eran uno de los grandes males de la humanidad, y yo concuerdo. Ya sean políticos o religiosos, los evangelistas han sido, en mi opinión, una plaga para la humanidad. Para ellos tanto como para los que persiguen o acosan, las convicciones son un obstáculo para una vida plena.
A menudo, los misioneros hicieron caso omiso de las costumbres y tradiciones de los pueblos originarios.
Lewis no compartía la creencia moderna de que el ser humano está mejorando, con lo cual no creía en un futuro mejor. Tampoco tenía fe en un ser superior. En una entrevista al final de su vida comentó que no creía "absolutamente en nada". También se describió como un hombre "extremadamente feliz". Sabiamente, él no creía en las doctrinas.
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