Las fiestas de fin de año no son solo un pretexto para
comilonas y regalos; se tratan, sobre todo, de reencuentros familiares
que remueven emociones y detonan reflexiones.
Personalmente, cuando me
pongo a pensar en el sentido de las fiestas, llego a la conclusión de
que éstas no serían nada sin los niños.
Los pequeños tienen mucho que
enseñarnos, sus emociones resignifican los encuentros y reviven en los
adultos las experiencias de la infancia.
Cuando somos pequeños, un año de espera es una eternidad / Foto: ThinkstockSi algo nos llama la atención de los niños es su percepción del tiempo. Cuando somos pequeños, un año de espera es una eternidad; preguntar cuándo vendrá la fiesta de cumpleaños o cuándo llegará la navidad es casi una tortura. En cambio, cuando somos adultos sentimos que cada año el tiempo pasa más deprisa.
¿Por qué ocurre eso? ¿Por qué cuando crecemos sentimos que el tiempo vuela?
Hace algunos años vi un documental sobre la vida de las moscas. Viven muy poco y su metabolismo va a velocidades vertiginosas; lo que para nosotros es un segundo, para ellas es una hora, lo que para nosotros es "cámara lenta", para ellas es una velocidad normal. Muchas veces imaginé que eso pasa cuando somos niños; todo ocurre más lento porque estamos creciendo y aprendiendo rápidamente. Por eso, cuando dejamos de crecer, el tiempo toma otra dimensión.
Más allá de mis especulaciones, lo que sí es cierto es que el tiempo es una experiencia subjetiva. Y si algo nos caracteriza como seres humanos es que somos capaces de tener distintas experiencias del tiempo en un mismo momento. Por ejemplo, cuando estamos leyendo una novela de aventuras, casi sin darnos cuenta, estamos viviendo nuestro tiempo, el tiempo que ocurre en la historia y el tiempo en que se escribió la obra. Y todo ello sin ser realmente conscientes.
La posibilidad de vivir distintas experiencias de tiempo ya había sido identificada por los griegos, quienes hacían dos distinciones principales: el tiempo cronólógico, ese tiempo de lo externo, de lo histórico y de lo productivo que se divide en segundos, horas, días, semanas, meses, y que transcurre linealmente; y el tiempo kariológico, ese tiempo “interior”, el tiempo de los recuerdos, de la imaginación, de los sueños; es un tiempo indivisible que no sigue una dirección lineal y que fluye de acuerdo al impulso de las emociones y los deseos.
Me parece que los niños, al no estar insertos en los calendarios laborales, viven con más intensidad el tiempo kairológico. Sin responsabilidades, sin fechas de cierre de proyectos o pagos, entregados al juego y al llamado de la curiosidad, los niños no sienten la presión del tiempo.
Los adultos, a diferencia de los niños, sí sentimos la presión del tiempo / Foto: Thinkstock
Por su parte, la psicología presenta varias hipótesis que explicarían por qué experimentamos el tiempo de manera distinta cuando somos niños y cuando somos adultos. Un artículo publicado en la revista Scientific American MIND, menciona al menos cinco:
1. Medimos el tiempo por eventos memorables. Un adolescente, por ejemplo, sentirá que el tiempo pasó más lento durante la secundaria porque fue el periodo de “las primeras veces”. El primer beso, el primer auto, el primer equipo de futbol...
2. El tiempo se mide en relación a la edad. Para un niño de cinco años, un año es el 20% de su vida, mientras que para una persona de 50, un año es sólo el 2% de su vida. Esta teoría del “ratio” fue propuesta por Janet en 1877, y sugiere que de manera inconsciente calculamos los intervalos de tiempo de acuerdo al total del tiempo que hemos vivido.
3. Nuestro reloj biológico se alenta con la edad. Es como mi teoría sobre la vida de las moscas. El reloj interno cede su ritmo al de los relojes y los calendarios.
4. Conforme crecemos, ponemos menos atención al tiempo interior. Cuando somos niños y llega el 1º de diciembre, contamos los días para que llegue Santa Clós. Ese tipo de acontecimentos marcan el paso de los días. En cambio, cuando somos adultos estamos más preocupados por resolver los pendientes, pagar las cuentas, hacer planes de viaje y de vida, etc. Esos acontecimientos nos hacen menos conscientes del tiempo interior, que a final de cuentas es el más significativo.
5. Los engranes implacables del estrés. De acuerdo con el estudio de Wittman y Lehnhoff, la sensación de que no tenemos suficiente tiempo para cumplir con las tareas y los objetivos económicos nos hace percibir que el tiempo pasa demasiado rápido. Incluso quienes se han jubilado conservan esa sensación debido a que las limitaciones físicas impiden realizar ciertas acciones o asimilar los cambios de la vida conforme ocurren.
Más allá del momento de vida en el que nos encontremos, estas fechas son importantes para tomar un respiro, hacer una pausa y vivir plenamente ese tiempo interior, el de las emociones y los afectos.
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