Siempre hubo presencia femenina en el
periodismo dominicano. El hecho de que esa presencia sea más notable en
una época que en otras, no desdice del valor que ella ha representado
para el periodismo nacional e incluso para la literatura. La mujer
comenzó a afianzar su espacio en esta área de la actividad profesional a
comienzos de los años setenta, cuando un grupo importante de egresadas
de la Escuela de Información Pública de la UASD, como se llamaba
entonces, llenó las redacciones de los periódicos y estaciones de
radio—para esa época no existían las oportunidades de ahora en la
televisión–, impregnándolas de inteligencia y buen sentido.
Recuerdo perfectamente que esas pioneras
femeninas del diarismo nacional contribuyeron también a darle un toque
de afabilidad al trato interno en las redacciones, por lo general muy
rudo en ausencia de ellas. La llegada de aquel grupo abrió las puertas
del periodismo a otras generaciones de mujeres, españolas y chilenas
entre ellas, que resultaron igualmente brillantes. Si bien he estado
alejado de las redacciones por años, limitando mi ejercicio a labores de
articulista y comentarista de televisión, puedo testimoniar que la
contribución de periodistas de la calidad y preparación intelectual de
muchas que laboran en nuestros diarios, revistas y otros medios, ha sido
de una importancia enorme y ha ayudado a mejorar el nivel del ejercicio
profesional en este país.
Pienso además que el talento de estas
mujeres, entre las que hay de mucha experiencia y jóvenes con un gran
porvenir, ha despertado el orgullo de sus compañeros de trabajo,
promoviendo una competencia que ha sido muy útil y valerosa para el
periodismo. Bastaría con abrir las páginas de cualquier diario o revista
del país, para uno encontrar las muestras de esa invalorable
contribución al desarrollo de esta profesión y al crecimiento de
nuestras aún débiles instituciones democráticas.
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