Los estudios científicos a lo largo de la historia
han dado lugar a experimentos y pruebas de todo tipo. Muchas
tremendamente peligrosas. Entre estas últimas habría que citar lo
ocurrido en 1904, momento en el que el científico forense rumano Nicolas
Minovici se ahorcó hasta 12 veces. Todo por la ciencia.
Y es que si hubiera que enumerar una lista de
“actividades” o pruebas con las que no experimentar uno mismo, ahorcarse
parece razonablemente una de ellas. Esto no impidió a Minovici llevarlo
a cabo como quedó demostrado en un paper del científico de 238 páginas sobre el estudio de la muerte por ahorcamiento.
Un trabajo que ocurrió a comienzos del siglo XX
analizando hasta 172 suicidios, todos ellos diferenciados a través de
diferentes categorías tales como el género, el lugar de los hechos, la
estación del año donde tuvo lugar, el tipo de nudo utilizado o incluso
el material de la cuerda empleado. Tras las 172 pruebas, el científico
se dispuso a “probar” de primera mano.
Para ello comenzó con algunos ensayos preliminares
donde la soga no contraía. Había construido un mecanismo que le permitía
ahorcarse poniendo la soga colgada en el techo. Según explican los
papeles de Minovici: “me dejé colgar seis u ocho veces durante cuatro o cinco segundos con el fin de acostumbrarme a la soga”. Lo hacía tumbado en una camilla mientras tiraba de la cuerda con una mano.
Minovici explicaría más tarde que el dolor era casi
intolerable, su visión se volvía borrosa escuchando una especie de
silbido, tras pocos segundos debía parar antes de perder la conciencia,
razón por la que frenó el experimento durante dos semanas. Aún así, el
hombre quería llevar las pruebas más allá, así que se dispuso a llevar
el experimento a un ensayo “real”. Él y algunos de sus colaboradores
pusieron sus cabezas sobre una soga regular y pidieron a algunos
asistentes que los colgaran hasta doce veces. Estos debían tirar de la
cuerda de cada uno de ellos. Al subirlos, Nicolás Minovici explica que
se le cerraban los ojos inmediatamente a la vez que las vías
respiratorias, momento en el que daba la señal de que lo bajaran.
El resultado final de este experimento no llevó a
grandes conclusiones, a parte del mal rato que suponemos que pasó tanto
Minovici como los colaboradores que se unieron al científico. El hombre
pediría más tarde disculpas y explicaría que a pesar del “coraje” tanto
de él como de sus colaboradores, no pudieron permanecer colgados más de
tres o cuatro segundos. Y es que aunque para el estudio de la muerte por
horca hubieran sido suficiente unos pocos centímetros colgados del
suelo, el hombre aconsejó a sus ayudantes que tiraran de la cuerda hasta
que sus pies estuvieran a tres o más metros del suelo. Unos resultados
que dejaron a Nicolas sin poder tragar bien durante 30 días.
Nicolas Minovici moriría años más tarde, en 1941, de una enfermedad que afectaba a sus cuerdas vocales.
Extracto del libro The Mad Science Book
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