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La teoría del espacio personal para orinar: cómo nos afecta la presencia de otros en el baño

Imagen: Piotr Marcinski / Shutterstock
Una mañana de 1973 un joven entra en uno de los baños de la Universidad de Wisconsin. La puerta del único baño con váter está ocupada y tiene de frente tres urinarios, uno está siendo utilizado, el otro está fuera de servicio y el tercero está libre. El joven se acerca al espacio libre para orinar. Él no lo sabe, pero en ese baño hay otra persona y está formando parte de un experimento. Comienza así el estudio sobre la invasión del espacio personal y cómo nos afecta en algo tan natural como es “ir al baño”.
Lo primero que nos puede venir a la cabeza es cuál es la razón para que alguien lleve a cabo semejante estudio. Detrás del mismo estaba la figura del profesor y psicólogo Dennis Middlemist, quién curiosamente y cómo contaría más tarde, se encontraba en uno de esos espacios donde el hombre ha tenido muchas de las ideas más brillantes, sentado en el inodoro. No sólo eso, tras la propuesta tuvo claro que el sitio donde se encontraba iba a ser el espacio perfecto para llevar a cabo el experimento.
Ese día el profesor estaba asistiendo a un seminario sobre psicología ambiental y quedó prendado de un tema en particular que se trató. Estaba fascinado con la idea del espacio personal, lo necesario que es para la mayoría de las personas casi sin darnos cuenta. Allí, mientras el bueno de Middlemist terminaba su otra tarea, comenzó a desarrollar la investigación bajo tres cuestiones:
  • ¿Cuánto espacio personal necesita una persona alrededor de ella?
  • ¿Por qué es necesario este espacio?
  • ¿Qué pasa cuando se invade este espacio?
Hablamos de un hecho cotidiano que el mismo profesor se respondió a los pocos días a través de su experiencia personal:
Me di cuenta de inmediato de tales efectos en el día a día, al poco tiempo yo estaba de pie en un baño y uno de mis colegas de la universidad estaba usando el urinario justo al lado de mí.
Lo que Middlemist contaba es que efectivamente ese día se dio cuenta de cómo cambiaba el tiempo para hacer sus necesidades. ¿Qué hizo el hombre? Aplicar el método científico y proponer en la universidad llevar a cabo un experimento con el espacio personal como base de la observación. La respuesta fue negativa, así que Middlemist se las ingenió para llevar a cabo su plan de manera clandestina.
Había una gran pregunta a la hora de investigar el fenómeno del espacio personal. Obviamente tenía que partir de un experimento en el que las personas reaccionaban cuando se violan los límites invisibles alrededor de ellos. Por ejemplo retrocediendo para tratar de restablecer “ese” espacio o tratando de compensar esa excesiva proximidad con una variedad de maneras (esto ocurre a diario). La gran pregunta para el profesor era la razón de ello. Y es aquí donde entra la investigación del profesor.

Primero fue la paruresis

Imagen: Vchal / Shutterstock
Antes de llevar a cabo el experimento el hombre estudia comportamientos similares al escenario que quiere llevar a cabo. Ahí es cuando entra en contacto con la paruresis, denominación que introdujeron en 1954 G.W. Williams y E.T. Degenhardt para referirse al trastorno que sufren algunas personas en la micción.
También llamada Síndrome de la Vejiga Tímida, estamos ante un fenómeno que dificulta o imposibilita orinar a los que la sufren. Un trastorno que ocurre principalmente en baños públicos o situaciones en las que otras personas están presentes o pudieran aparecer.
Se calcula que alrededor de un 5% sufren de la misma, por tanto el resto, de sufrir algo similar en alguna ocasión, estarían ante el objeto de estudio de Middlemist. El profesor llega a la conclusión que con su estudio logrará descifrar claves del espacio personal y con suerte una vía de estudio de la paruresis.
(Según el profesor las mujeres no entraban en el estudio por una simple razón: para orinar tienen su propio espacio personal en un baño con puerta.)

Invasión en el urinario

Imagen: Fairmace / Shutterstock
Estudios anteriores habían demostrado que los sentimientos de miedo y aprensión afectaban a la rapidez con la que se relaja el esfínter de una persona. Básicamente concluían que cualquiera que esté ansioso o sufra de alguna perturbación en el “escenario” le lleva más tiempo. Por tanto y según Middlemist, si un sujeto de prueba iba confiado al baño y descubrían que su orina se retrasaba por la presencia de otro hombre, el resultado proporcionaría una prueba sobre la idea de que violar el espacio personal produce sentimientos de ansiedad y aprensión.
Para probar la hipótesis inicia su estudio, Personal Space Invasions in the Lavatory: Suggestive Evidence for Arousal, junto al colega Eric Knowles en 1973. El lugar: el lavabo de hombres del campus de la Universidad de Wisconsin que contaba con tres urinarios de pie y un único baño con retrete y puerta.
El profesor se lleva al lavabo una señal de “fuera de servicio” que le serviría para diseñar los tres escenarios con los que llevaría a cabo las pruebas. El mismo profesor se mantendría escondido en ese único baño con váter y la puerta cerrada. Estas fueron las situaciones registradas:
  • El sujeto (inocente) se encuentra de pie justo al lado del sujeto que colabora con el profesor: en este caso el colaborador espera a que alguien llegue para orinar al lado, situando el cartel de fuera de servicio en alguno de los dos urinarios en el extremo. De esta forma el sujeto inocente debe orinar “pegado” al colaborador.
  • Un urinal vacío entre sujeto inocente y colaborador. En este caso situando el cartel en el urinal central.
  • El sujeto inocente es el único en el inodoro. No hay cartel ni colaborador.
Imagen: Arnon Pix / Shutterstock
Como decíamos, ni siquiera en el último caso estaba sólo, ya que el profesor estaba sentado en el baño con retrete junto a dos cronómetros y un periscopio desde el que observar el momento en el que el sujeto inocente comienza a orinar. Middlemist iniciaba la cuenta del primer cronómetro cuando el sujeto se acercaba al urinario y se paraba justo delante del mismo. Iniciaba la segunda cuando el sujeto comenzaba a orinar. Detenía ambos cuando observaba que el sujeto había detenido la micción.
Ese día y según recogió en el estudio, pasaron decenas de hombres por el lavabo. Los resultados también le parecieron certeros:
  • Si el sujeto estaba junto a otra persona (su colaborador), le había llevado un promedio de 8,4 segundos para que el músculo del esfínter del sujeto se “relajase”. Esto suponía casi el doble del tiempo que cuando los sujetos estaban solos.
  • En cambio para los sujetos que orinaban con un urinario de distancia les tomó 6,2 segundos.
  • De tener la opción, ninguno de los sujetos elegía estar en el urinario contiguo al de otra persona.
  • En cuanto al tiempo que en realidad estuvieron orinando, los resultados mostraron que 23,4 segundos para los que estaban solos frente a los 17,4 segundos que estaban “pegados” al colaborador.
Así fue como Middlemist mostró, en efecto, que la cercanía de una persona afecta el retraso de la aparición de la micción y el tiempo que uno tarda en orinar. Como predijo, aquellos que estaban siendo “atacados” de su espacio personal acabaron terminaron antes que los que estaban relajados y solos. Según el profesor:
Los urinarios públicos producen a sus usuarios cambios fisiológicos asociados a la excitación (no sexual), lo que provoca un retraso en el inicio de la micción, entre 4 y 8 segundos, y una disminución en la duración de la misma, en cualquier caso varía dependiendo de la proximidad física de otro sujeto
Cuando el profesor publicó los resultados fue acusado de conducta poco ética. Desde Harvard fueron especialmente críticos con el experimento afirmando que “el experimento de Middlemist plantea preguntas importantes acerca de el estado actual de la dignidad humana con las investigaciones psicológicas”.
Middlemist no hizo mucho caso a las críticas. El profesor pensaba que, después de todo, la invasión del espacio personal era un hecho cotidiano en los baños públicos. Con el tiempo el experimento de Middlemist ha sido recurrente a la hora de hablar de ética y resultados, ¿justifica su conclusión la invasión a la privacidad?
Sea como fuere, me quedo con una imagen mucho más perturbadora que ese “ataque” al espacio personal en los baños públicos: la imagen mental de un señor escondido en un retrete mirando a través de un periscopio oculto y observando esas ingentes“fuentes” de orina que pasaron por el lavabo.
O aún más inquietante, ¿qué hubiera pasado si alguno de los sujetos inocentes se gira y descubre el periscopio?

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