Alemania, 1949. Como todos los miércoles, Ana acude a la consulta del
médico. Siempre por la mañana y nunca antes de desayunar. Cuando llega
acude a su habitación, se pone todos los cables alrededor del cuerpo y
espera el momento de que los investigadores Klumbies y Kleinsorge estén
preparados al otro lado del espejo para tomar nota. Cuando todo está
listo, Ana comienza a producir su primer orgasmo del día, el primero de
muchos. Ella era la Femina supersexualis y había sido bendecida con un don muy especial.
La mujer en cuestión (su nombre real no es Ana), de unos 30 años,
había acudido un día a la clínica porque estaba preocupada por su
capacidad innata para llegar al clímax en cualquier momento y en
cualquier lugar simplemente apretando los muslos, juntándolos
fuertemente y dando rienda suelta a la imaginación. Del problema
de “Ana” los investigadores iban a sacar petróleo, ya que se dieron
cuenta de que se trataba de una oportunidad única para descubrir más
sobre la tensión puesta sobre el cuerpo humano durante el orgasmo y
sobre los verdaderos peligros o no del acto sexual.
En el curso de otra prueba Ana produjo secuencias de orgasmos en
intervalos de un minuto. Al mismo tiempo, sus lecturas de pulso y
presión arterial mostraban una progresión similar. En los primeros 5
segundos, su pulso aumentaba bruscamente a razón de unos 10 latidos
adicionales por minuto, luego se mantenía a este nivel durante los
siguientes 15 segundos antes de aumentar durante el orgasmo, el cual
tenía lugar después de unos 25 segundos y por un período de cinco
latidos por minuto. En el curso de estos experimentos su presión
arterial se elevó a más de 200 mmHg.
Meses más tarde, cuando los investigadores médicos Gerhard Klumbies y Hellmuth Kleinsorge, ambos profesionales de la Jena University Hospital,
publicaron los resultados de sus experimentos, varios de los pasajes de
lo que allí contaban fueron escritos al latín. Ya sea por decoro, por
decencia, por vergüenza o incluso por represalias, no vieron otra manera
de describir a la comunidad alemana las prácticas y situaciones íntimas
que se vivieron en sus laboratorios.
El artículo en cuestión afirmaba que una “extraña circunstancia”
había hecho posible la investigación. En esencia, lo que querían decir
con ello era entendible únicamente para aquellos eruditos que hubieran
disfrutado de una buena educación donde se incluyera el latín. De otra
forma no entenderían lo que es una Femina supersexualis, quae emotione animae se usque ad orgasmum irritavit, o lo que es lo mismo, una mujer que puede llegar al orgasmo con tan sólo fantasear.
Así que cuando Ana acudió esa primera vez los
médicos le preguntaron amablemente si les podía dar permiso para medir
el pulso y la presión arterial mientras ella llevaba a cabo su problema.
En esta parte de la historia no sabemos si realmente hubo algo más para
persuadirla, quizá dinero, o quizá simplemente la propia Ana quería
contribuir a una causa científica, pero lo cierto es que a pesar del
decoro que existía en la época para tan siquiera hablar de ciertos temas
sexuales en público, la chica multi-orgásmica acepta el reto.
El placer de ir al médico
Por aquel entonces ya se sabía a través de estudios anteriores que las relaciones sexuales podrían inducir a accidentes cerebrovasculares y ataques al corazón, eran casos aislados, pero incluso la ciencia médica tenía registradas algunos mortales. Sin embargo y como dirían Klumbies y Kleinsorge, seguía siendo “poco claro el estrés al que es sometido todo el organismo durante “el acto””. Según describían:
Cualquier persona que se imagine que se puede estimar la cantidad de tensión simplemente mediante la observación de la evidencia externa está muy equivocado.
Por tanto, la Femina Supersexualis era el
sujeto de prueba ideal para los doctores. Ella podría producir orgasmos
cuando lo requiriesen, no sólo eso, podría tenerlos de manera rápida y
sucesivamente mientras los doctores, sentados tranquilamente frente a
ella, podrían medir la respuesta que producía en su cuerpo.
Así fue como comenzaron estas sesiones, sin duda
una de las más extrañas de cuantas se han dado en una sala del Hospital
Jena. Sin ningún tipo de perturbación exterior, con todos los
instrumentos de medición cableados a su cuerpo, Ana se preparaba sentada
en una cómoda silla. En un cuarto contiguo con un espejo de observación
se situarían Klumbies y Kleinsorge, sentados y observando atentamente
la pluma en el dispositivo de registro y seguimiento de los cambios en
la presión arterial.
El primero de los orgasmos que se cita en su trabajo Daz Herz in Orgasmus
provocó una presión sistólica -la que corresponde al valor máximo de la
presión arterial en sístole (cuando el corazón se contrae)- de la mujer
para aumentar de un 50 a un nivel de 160 mmHg (milímetros de mercurio).
Es decir, que en términos médicos fue un aumento notable, sobre todo
dado que esa cifra era una quinta más alta que la registrada en las
mujeres que estaban sufriendo los dolores de parto.
No sólo eso, con el resultado en la mano y con el
fin de tener un dato con el que obtener una base de comparación, los
doctores le dicen a Ana (a la cual habían descrito como “atlética”) que
corriera por las escaleras de seis pisos de la clínica. Cuando regresó a
la habitación encontraron que su presión arterial sólo se había elevado
25 mmHg, mientras que su pulso se incrementó a 98.
Bien, pasaron los días y las sesiones y una vez que
habían obtenido el número de pruebas suficientes de Ana, los doctores
piensan que deben comprobar las reacciones físicas entre hombres y
mujeres. Klumbies y Kleinsorge comienzan así la búsqueda de un hombre
que tenga el “don” de Ana con el que registrar los mismos datos durante
el orgasmo. Sin embargo, el paciente que acaban encontrando no está
hecho de la misma pasta que nuestra Femina Supersexualis.
El sujeto, llamémosle Pedro, había entrado en la
clínica para que investigaran su fertilidad. El problema es que Pedro no
había sido bendecido con la misma aptitud notable de nuestra Ana. Nada
menos que 15 minutos le tomó al hombre llegar al orgasmo mediante la
masturbación. Y por su puesto, Klumbies y Kleinsorge tuvieron que
contentarse con tan sólo una medición.
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