
En el panteón de los autos considerados chatarras irredimibles —o sea, el Edsel, la Aztek, el Pacer—, uno destaca por encima de todos los demás, o tal vez por debajo: el Yugo.
Se podría decir que ningún auto ha sido más difamado que el utilitario Yugo. Se ha dicho que es “difícil de ver con el estómago lleno”, se le ha llamado “la Mona Lisa de los malos autos” y se decía que parecía “algo ensamblado a punta de pistola”… una observación acertada porque la empresa yugoslava que fabricaba el auto, Zastava, también producía armas de fuego.
Se podría ir tan lejos como para decir que era “un repugnante autito en toda la extensión de la palabra”, en palabras de Eric Peters en su libro Automotive Atrocities, pero que no te escuche Jay Pierce, cuyo sitio yugoparts.com mantiene el auto andando.
“Esta ‘comedia’ de ataque comenzó con el programa The Tonight Show y es desagradable que las cadenas ganen dinero perjudicando a la gente”, dijo con desenfrenado disgusto. “En este país de verdad necesitamos leyes más duras en contra de la difamación”.
Pierce es uno de los fanáticos más resueltos del Yugo, pues defiende la reputación del auto con el afecto sobreprotector reservado a menudo para las mascotas gatunas que quedan ciegas o los perros de tres patas.
“Hay gente que le gusta por el misterio, tan solo por la novedad de poseer el mal querido”, comentó Valerie Hansen de Columbus, Ohio, quien está restaurando su cuarto Yugo, un modelo raro de 1984 que trajo un expatriado yugoslavo. Su motor incluso es más pequeño que la versión de 54 caballos de fuerza importada por Yugo America.
Hansen mencionó que se sintió atraída hacia el Yugo por dos razones. La primera, le habla de sus ancestrales raíces balcánicas. La segunda, gracias a su simplicidad mecánica le puede hacer sus propias reparaciones. “Puedes reparar un Yugo con un cuchillo para mantequilla y una liga”, opinó.

La reseña de Consumer Reports, una revista que por lo regular es formal, rozaba la crueldad. El motor “tuvo problemas y forcejeó para subir a toda máquina las pendientes de autopistas”. En cuanto a la aceleración, “nuestra carrera de 0 a 96 km/h duró 18,5 segundos”. ¿La transmisión? “Por mucho la peor que hemos encontrado en años”. El interior estaba “cubierto con una tela que se parecía al material del que se hacen las toallas”.
Por otro lado, “es fácil encender las luces altas cuando quieres señalizar a la izquierda”.
Sin embargo, en un inicio, al Yugo no le faltaron compradores. “Nos fue bien”, recordó Steve Moskowitz, quien vendía autos y ahora es director ejecutivo de Antique Automobile Club of America. “Al principio, hasta demasiado bien”.
Demasiado bien porque las legiones de nuevos dueños descubrieron problemas antes de que lo hicieran las distribuidoras. Para empezar, los autos fueron enviados con bujías no aptas para el combustible sin plomo de Estados Unidos.
“Teníamos unos pocos detallitos; no era que fallara el motor”, comentó Moskowitz. “Era una idea decente y una buena compra para alguien que buscaba un transporte básico”.
Surgieron otros problemas. “Necesitaba un mantenimiento específico”, comentó Daniel Tohill, quien dirige la página de Facebook Yugo America Chat/Talk/Buy/Sell. “No era como otros autos”. De manera más prominente, si la correa de distribución no recibía mantenimiento a los 48.000 kilómetros, los pistones del motor podían chocar con las válvulas y destruirlas.
Es difícil comprender por qué alguien esperaría algo más del Yugo que una simple suficiencia. Usaba partes de Fiat, una marca cuya reputación de poco confiable había provocado su salida de Estados Unidos en 1983. Se decía que Fiat, de Italia, no era de “fiat”.

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